En la década de los 80 surge el steampunk, un subgénero retrofuturista de la ciencia ficción engendrado por autores cyberpunks. Plantea un futuro ucrónico inspirado en la Inglaterra de la época victoriana, en el que la sociedad ha avanzado fundamentándose en las tecnologías e inventos de la Revolución Industrial.
Como su propio nombre indica (“steam” significa vapor en inglés) se apoya en las tecnologías de vapor, por lo que presenta todo tipo de anacronismos tecnológicos que combinan las nuevas tecnologías con las del s.XIX. Se basa en muchas obras de autores de la época, tomando como referentes principales a Julio Verne (Veinte mil leguas de viaje submarino [1869], La vuelta al mundo en 80 días [1973]) y H.G. Wells (La máquina del tiempo [1895], El hombre invisible [1897]). También se inspira en los trabajos de Arthur Conan Doyle (El mundo perdido [1912]), Mark Twain (Un yanqui en la corte del Rey Arturo [1889]) y Mary Shelley (Frankenstein [1818]).
El término lo creó el escritor K.W. Jeter, cuando buscaba una palabra bajo la que agrupar sus propias obras junto con las del cyberpunk Tim Powers y James Blaylock. Su mayor diferencia respecto al cyberpunk es su carácter optimista, muy alejado de la visión distópica del cyberpunk. Las novelas más emblemáticas son Las Puertas de Anubis (Tim Powers, 1983) y La máquina diferencial (William Gibson y Bruce Sterling, 1991). Aunque el steampunk también está presente en novelas gráficas como La Liga de los Hombres Extraordinarios (Alan Moore, 1999) o mangas como Fullmetal Alchemist (Hiromu Arakawa, 2001-2010). En el cine vemos manifestaciones del género en películas como El castillo en el cielo (1986) y El castillo ambulante (2004) dirigidas por Hayao Miyazaki y basadas en las novelas de Diana Wynne Jones, así como en La ciudad de los niños perdidos (Marc Caroy Jean-Pierre Jeunet, 1995), Wild Wild West (Barry Sonnenfeld, 1999) o Una serie de catastróficas desdichas (Brad Silberling, 2004), entre otras.
Con el paso del tiempo se ha transformado en algo más que un simple subgénero, se ha consolidado como movimiento artístico y sociocultural.
Vemos su huella en diversos campos: juegos de mesa, videojuegos, moda, arquitectura, diseño, etc. Cuenta con muchos seguidores en todo el mundo, y muestra de ello son algunos eventos de esta temática que se celebran en algunos lugares y que tienen bastante éxito. Recientemente hubo un evento de este tipo en Yorkshire (Reino Unido), que se celebró el pasado 23 de noviembre y en el que los aficionados desfilaron con sus peculiares cosplays steampunk. Como no podía ser de otra forma, no faltaron las gafas de aviador, las sombrillas, corsets y las chaquetas militares, prendas habituales en esta estética.
Pero el steampunk no se centra únicamente en las cuestión estética, sino que, al igual que el cyberpunk, es un movimiento contracultural. Mientras el cyberpunk denunciaba la alienación tecnológica mostrándonos futuros apocalípticos, aquí se opta por volver a la época en la que los hombres controlaban las máquinas y no había dudas de lo contrario. Ofrece una visión más alegre, recupera los ideales de la Ilustración y mezcla lo mejor de los tiempos pasados con lo mejor del presente, dándole ciertos toques futuristas. Así, a pesar de defender unos ideales similares al cyberpunk, opta por un enfoque distinto, creando un futuro idealizado en el que las personas vuelven a ser el centro de la acción.
¿Vosotros con qué os quedáis, con el pesimismo del cyberpunk o con el optimismo del steampunk? ¿Os gustaría vivir en un mundo como el que muestra la literatura steampunk?
Por último os dejamos con la canción The Ballad Of Mona Lisa de Panic! At The Disco, cuyo el videoclip sigue la estética steampunk.